LETRA MUERTA

..."¡Alto! Ten cuidado conmigo, que soy especial. No me doblare ante nadie, no tendre miramientos. La ley del revolver es mi ley. Mi nombre es indomable. No creo en el consumo. Soy salvaje por naturaleza. Lo bello y lo bueno conforman lo justo. Creo en la sobriedad y en la pasion. Los mitos no existen. Solo creo en mi y en unos cuantos más. Primero juzgo y despues tolero"........................malditoo76@hotmail.com

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Nombre: luis
Ubicación: tijuana, Mexico

martes, noviembre 22, 2005

Caminaremos por los mismos callejones, tú de puta y yo de narco. Ayunaremos un par de días, jugaremos a los ascetas. Nos pondremos piercings en los pezones y te perseguiré mientras corres desnuda por toda la habitación. Un par de horas sentados platicando pendejadas en una banqueta. Te curaré las heridas, me llamarás por mi nombre.

El diablo dejará su huella en nosotros y procuraremos no privarnos de ninguna perversión. Un látigo de siete puntas, un vibrador con velocidades. Y con el paso del tiempo, me enamoraré perdidamente de tu madre, y a sabiendas del peligro, me echaré unas chelas con tu padre. Un secreto tras otro. Una retahila de confesiones.

Amaneceremos en el charco de nuestros fluídos. Inocentes, libres del mundo, sin sangre en las manos. Y yo estaré ahí por la simple razón de que sabré que no encontraré otro rincón igual en el que pueda guarecerme del peligro inminente que represento para mí. Pinche niñito miedoso que se caga en los calzones.

Pero me cubrirás con la sabiduría natural de las mujeres. Comerás de mi carne, descansarás en mi cuerpo, porque mi corazón es la fruta que te dará las sensaciones que necesitas.


Pasarán los años y envejeceremos, y pasarán otros tantos antes de que me olvide de ti. Me habrás mentido, te habré engañado. Y pesar de todo, mantendremos esa vieja mirada de complicidad en el delito. Para esos entonces, y con los vergazos que ello implica, ya habremos aprendido a decir "te amo" con los ojos, pero no lo haremos: los "te amo" siempre se quedan cortos.

Caminaremos a cuestas, mujer, tú de puta y yo de narco.
Mierda, seremos invencibles.

viernes, noviembre 11, 2005

Si la furiaSe aprende más en una noche en vela que en un año acostado -E.M. Cioran

Si me detengo a la puerta de un bar; si en la entrada de un restaurante; si al pie de una larga mesa medieval de comensales; si veo por el hombro a la ciudad, sé que ella estará (cuando está), seguramente, porque justo en donde se ha sentado ha caído un pedazo de noche, suave, como lluvia de notas bajas para chelo o como pellizcos delicados al violín. (Aún de día. Un pedazo de noche). Si bebemos, hasta agotarnos (la estupidez del mundo merece todo el alcohol); si aborrecemos, pegamos violentamente con la cabeza al suelo hasta que se parten las montañas. Si el amor, mucho, sin horario. La tristeza es su idioma materno, que aprendió cuando yo no estaba. No lo habla en público: lo ronca, y yo estoy para contarlo. La imagino como un cometa, con esa cola miserable que la persigue, cola larga de desencuentros. He intentado por todos los medios espantar ese halo de tristeza. Chú, chú, le digo, como hace el sepulturero a los pájaros y a los perros que se pelean la carne de los muertos en los cementerios. Chú, chú. Pero ella habla triste y no se deja, y, además, sin la tristeza, ¿para qué esos ojos? Si veo a través de su piel, el rostro, los brazos, el pecho prerrafaelitas; si escarbo carne adentro, corren ríos de furia que se confunden con sangre. Si la furia. Si la furia de cosas que no entiendo. Si asuntos que no deberían incumbirme; si viejas heridas y viejas rencillas que yo no puedo sanar y que no me pertenecen y (díganme si me equivoco al preguntar) ¿para qué saber de ellas? La vida tiene muchos trucos, crucigramas que llenamos a diario. En ella no hay tal. Todo llega como jaque mate, como rompecabezas que se sale de la caja completamente armado. Si me duermo en el baño de un bar, si me desnudo y me paro en la ventana; si me bajo corriendo las escaleras (un domingo, sin prisa); si pongo los tenis a secar al borde de la azotea (cuarto piso) y los recojo a las seis, siete de la mañana (después de la parranda), y malabareo mi indecencia, sé que no estoy solo. Ella está sentada por allí, la habré de encontrar, porque los hoyos negros no pueden ocultar su atracción, y esta es una ley inquebrantable de la física y la astrología y ciencias paralelas-qué-se-yo. Si me detengo a pensar; si analizo las cosas que importan habré de volver los ojos ciegos a ella (sin conocerla demasiado), párpados como cobija de lana; labio picudo de pajarito que pide agua, por favor agua, denme agua, agua o lo que sea, lo que sea, lo que sea, que la infelicidad provoca, por lo regular, mucha sed. Si me detengo a la puerta de un bar, si entro al tubo que lleva directo a mi vida, no la busco: ella llega. •

El arte excepcional de la sonrisa

No la burla ni la carcajada, tampoco la ironía o el sarcasmo: el arte de sonreír es misterioso y poco práctico en nuestros días. Como todos los oficios nobles, como los oficios que todo el mundo puede hacer y que pocos hacen bien, la sonrisa auténtica es casi un milagro. Confundida entre tantas voces faciales de quienes inmovilizan el gesto para las fotografías, la sonrisa que vale se filtra, como el agua de oculto manadero, para abrirse paso en secreto, silenciosa y amable, como una dádiva inmerecida. La sonrisa es una difícil pronunciación de los músculos de la cara, pero proviene del espíritu, de la satisfacción de sí mismo (como diría Spinoza), de los pasadizos del alma. Toda la gente sabe reír, toda la gente esculpe carcajadas que bordean la furia, mas pocos saben poner en su rostro esa firma discreta, sutil y sugestiva, que significa la verdadera sonrisa. He visto numerosos imitadores del arte de sonreír. Cuando viví en los Estados Unidos me cruzaba con rostros que no me querían ver, pero que me sonreían. Era la sonrisa aquella una antisonrisa: procedía de la cordialidad ensayada, del arte de ser cortés a fuerza, de la discreción convencional, no del cálido afecto ni de la fraterna intención que puebla los más limpios laberintos del ánimo. La sonrisa que no se parece al gesto en U de la boca, ni al alza en paralelo de las mejillas, es un suceso digno de recordación, de valoración sin límite. He visto muchos rostros en varios países y muy pocas sonrisas. Agobiados por el empeño cursi de tanto cartel que nos demanda reír, como si fuese un deporte análogo a la halterofilia, la sonrisa no quiere ya vestirse de antifaz y por eso difícilmente aparece en los rostros sinceros. Cuando la oferta de gestos que se parecen a la auténtica sonrisa se multiplique en los rostros del mundo se esconderá, pudorosa y segura de sí misma, la misteriosa sonrisa. Algunos animales imitan el llanto, el bostezo o la risa, pero el hombre es el único animal que imita la sonrisa. El hombre falsifica los gestos, para intentar que lo quieran sin conocerle, y se pone a sonreír como si fuese fácil disimular aquello que no se siente. Habituados también a sonreír como si nada, por cualquier cosa, para congraciarnos con quien no repara ni examina a fondo las intenciones, también nosotros practicamos la sonrisa apócrifa, la sonrisa falsa: no es difícil ver cómo asoma en los rostros esa plaga infeliz de la sonrisa mentirosa. El arte de sonreír es casi un milagro

Los desengaños de Lola y Guillermo

Lola quiere casarse, pero no encuentra al hombre idóneo. Recién cumplió cuarenta y tres. Hecha la cuenta, más de la mitad de su vida se define por un deseo no consumado. Como suele ocurrir en historias así, la ansiedad por atrapar un compañero de viaje se ha convertido en obsesión. Guillermo es el candidato en turno. Acaba de terminar con una relación de diecinueve años, cuyo saldo más notable son sus frecuentes ataques de pánico. Ha dicho a cuanta persona se le pone enfrente que, de ahora en adelante, se irá con cuidado. Como es previsible en estos casos, su terror a comprometerse se ha convertido en obsesión. Lola y Guillermo se encontraron hace unas semanas en una cena a la que ninguno de los dos tenía deseos de ir. Se miraron sin tregua durante toda la noche. Terminaron la velada en el departamento de él. Ella se despidió justo cuando los panes saltaron del tostador. Llámame -fue lo único que dijo y cerró la puerta. No dejó un número telefónico. Ese detalle, que para cualquier hombre con un mínimo grado de cordura hubiera significado que hasta ahí había llegado la posibilidad de una relación, fue precisamente lo que alentó a Guillermo a buscarla. Para él, era el signo inequívoco de una mujer que no buscaba cimentar una relación de largo plazo. Justo lo que buscaba. Lola corrió de esa manera porque recordó, demasiado tarde, que tenía un desayuno de negocios. La prisa y los nervios le impidieron ser más amable con aquel hombre que le había hecho el amor como siempre aspiró, luego de decenas de relaciones turbulentas en su vida, cuya característica común había sido el mal sexo. Él la abrazó y se durmió después de alcanzar juntos el tercer orgasmo. Para ella, era la señal contundente de un hombre que deseaba cimentar una relación de largo plazo. Justo lo que buscaba. Tras recurrir a los anfitriones de la cena, Guillermo la llamó por la tarde del día siguiente. La invitó a pasar el fin de semana en su casa de Malinalco. Ella aceptó. Pausa. El narrador debe precisar: estaría encantado de permitir que ese fin de semana fuera el espacio ideal para que Lola y Guillermo desnudaran algo más que sus cuerpos y manifestaran sus verdaderas aspiraciones. Pero ambos callaron. Esos dos días juntos sirvieron para que Lola se contara la historia de haber encontrado, al fin, al hombre de su vida; y para que Guillermo sintiera que, a través de ella, podía purgar años de humillaciones. Cada quien con su objetivo definido, se vieron todos los días durante casi cuatro semanas, ella con la idea de permanencia, él con la atención en lo efímero. Así continuarán algunos días más, antes de que Lola empiece a desesperarse y ponga sobre la mesa la formalidad de un compromiso mutuo para seguir adelante en la relación. Ese día, Guillermo tendrá un nuevo ataque de pánico y maldecirá el momento en que pidió el número telefónico de esa mujer que lo engañó. Pero no dirá nada. Simplemente, ya no la llamará otra vez. Lola, furiosa consigo misma por haberse hecho ilusiones con un cobarde más en su vida, lamentará haber aceptado la invitación de fin de semana. Y ambos continuarán con sus mismas obsesiones, en busca de la siguiente víctima.•