Otra vez diciembre. Otra vez 24 y 31, las pedas, las putas, el varo. Una vez más a comer uvas, a brindar, a prometer, a creer que esta vez sí, que este año es el bueno. Regalos, árboles navideños, ilusiones de trámite y palabras de trámite. Felicidades por aquí, felicidades por allá, felicidades al jefe y a la vieja de tu cuate, a la que te quieres tirar desde que le sentiste las tetas en el abrazo del año pasado. Vaya culo, por Dios!
Otra vez el pavo, otra vez la pierna al horno. Niños tronando cohetes y niñas convencidas de que han alcanzado una sólida madurez que no tenían el año anterior. Una parvada de creyentes se pelea la entrada al cielo, y un montón de suicidas negociamos con el cadenero del infierno.
Tipo rudo, por cierto.
Otra vez a amanecer, a cantar, a embutirse de garapiñados y membrillo y de debates que no valen la pena. «Siento que el año que viene, es mi año» dice mi borracho favorito. Sonrío y alcanzo a atinarle a un «pus igual y sí». Pero sé que no, que no será su año, que será igual que este y el anterior, y que tiene una piedra atada a los pies que lo guiará directamente al fondo.
Es cuestión de tiempo.
Todos saltan y giran sobre su eje, excitados. Yo extraño las banquetas, las mentiras, los abrazos. Me harté de todo ese culo monumental en el que se supone existe un enorme placer al habitar dentro. Quiero mi dinero de vuelta y menos achaques de viejito amargado y mamón.
No me conformo con los rincones, ni con los bordes y las periferias. Hace falta más. Una mujer que haga maravillas, un corazón con mira de largo alcance. Una noche, o una tarde, me da igual, pero un escenario propio para los festines. Comodidad absoluta, tranquilidad duradera. Yo quiero esas cosas que saben bien y que aún no tienen nombre.
Y que el vivir aumente sus peligros, que me rete de frente, que mantenga la mirada. Porque odio a los putitos que corren a esconderse a los calzones de sus madres. Y odio a sus madres, mujerzuelas sin carácter, estúpidas, sobreprotectoras.Ya no dejo mi estela de sangre en el ambiente decembrino, lo juro. He fingido con éxito ser un animal domesticado. Ya doy la patita, ya me hago el muerto, cago en la esquina que me asignaron y me echo al suelo cuando me lo piden. Es el hermoso olor del pavimento el que me recuerda mi viejo papel de señora remilgosa y me hace ojitos para mandar directito a la chingada a los rieles y a los durmientes. La tentación pura, princesas, y yo que me dejo querer...
Otra vez el pavo, otra vez la pierna al horno. Niños tronando cohetes y niñas convencidas de que han alcanzado una sólida madurez que no tenían el año anterior. Una parvada de creyentes se pelea la entrada al cielo, y un montón de suicidas negociamos con el cadenero del infierno.
Tipo rudo, por cierto.
Otra vez a amanecer, a cantar, a embutirse de garapiñados y membrillo y de debates que no valen la pena. «Siento que el año que viene, es mi año» dice mi borracho favorito. Sonrío y alcanzo a atinarle a un «pus igual y sí». Pero sé que no, que no será su año, que será igual que este y el anterior, y que tiene una piedra atada a los pies que lo guiará directamente al fondo.
Es cuestión de tiempo.
Todos saltan y giran sobre su eje, excitados. Yo extraño las banquetas, las mentiras, los abrazos. Me harté de todo ese culo monumental en el que se supone existe un enorme placer al habitar dentro. Quiero mi dinero de vuelta y menos achaques de viejito amargado y mamón.
No me conformo con los rincones, ni con los bordes y las periferias. Hace falta más. Una mujer que haga maravillas, un corazón con mira de largo alcance. Una noche, o una tarde, me da igual, pero un escenario propio para los festines. Comodidad absoluta, tranquilidad duradera. Yo quiero esas cosas que saben bien y que aún no tienen nombre.
Y que el vivir aumente sus peligros, que me rete de frente, que mantenga la mirada. Porque odio a los putitos que corren a esconderse a los calzones de sus madres. Y odio a sus madres, mujerzuelas sin carácter, estúpidas, sobreprotectoras.Ya no dejo mi estela de sangre en el ambiente decembrino, lo juro. He fingido con éxito ser un animal domesticado. Ya doy la patita, ya me hago el muerto, cago en la esquina que me asignaron y me echo al suelo cuando me lo piden. Es el hermoso olor del pavimento el que me recuerda mi viejo papel de señora remilgosa y me hace ojitos para mandar directito a la chingada a los rieles y a los durmientes. La tentación pura, princesas, y yo que me dejo querer...